Por la espalda

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A Miles Davis le gustaban los coches caros y la ropa a medida. Cuando iba por Nueva York conduciendo su Ferrari la policía lo paraba con frecuencia: qué hacía un negro en un coche de lujo, un negro tan bien vestido. Le hacían parar, le pedía los documentos, metían la cabeza por la ventanilla, buscando olores sospechosos.

Una de las razones por las que la policía empezó a seguir a ese conductor negro en South Carolina era porque conducía un Mercedes. Es aterrador que le dispararan ocho veces por la espalda, pero también lo es que si no hubiera sido por ese transeúnte que grabó la escena con su teléfono la versión de la policía habría sido aceptada como irrefutable. Al racismo se une aquí otra cuestión de fondo, que es una de las grandes diferencias entre los Estados Unidos y Europa: la autoridad inapelable que se concede a la policía, a los funcionarios de prisiones, a cualquiera que lleve un uniforme, una placa y una pistola. Hay una brutalidad sugerida y no siempre visible, que se ceba en el sospechoso, en el condenado, en el que hace algo, un gesto, que pueda ser interpretado como una falta de respeto. Y eso tiene que ver también con la idea bárbara del castigo que se tiene aquí, heredada del ojo por ojo, de lo más fiero del Antiguo Testamento. Da miedo.